Estudiante de intercambio (microrrelato)

«microrrelato»

—¿Por qué estás triste? —preguntó Robert Ferguson a la joven Manuela mientras trozaba el tradicional pavo relleno—

Robert era el hombre de la casa de una muy bien constituida familia de Raleigh. Vivía con su esposa, la señora Amanda Williams, y con su hija universitaria Eleanor.
Manuela, una estudiante de intercambio ecuatoriana, había cursado el semestre de otoño en la Universidad Estatal de Carolina del Norte; estaba lista para regresar a su patria, pero los Ferguson la habían invitado a quedarse unos días más a pasar con ellos la fiesta de Acción de Gracias.

Durante los meses de estadía se aseguraron de que Manuela se sintiera como de la familia. La joven estaba muy agradecida y feliz por la experiencia universitaria y por la calidez de sus anfitriones… Pero aquella noche de Acción de Gracias estaba afligida y no lo podía disimular.

—No se preocupen —respondió ella— Sólo estoy un poco triste; ya se me va a pasar. Es porque me encuentro en medio de una fiesta que se celebra en familia y me pesa encontrarme a miles de kilómetros de mis seres queridos.

Dicho esto, los Ferguson le dieron palabras de aliento, le dijeron que la comprendían y la convocaron para un abrazo grupal entre los cuatro, para aliviar la pena.

Sin embargo, Manuela había mentido, al menos en parte, porque la verdadera raíz de su tristeza era el hecho de que en su casa las navidades, cumpleaños y demás celebraciones jamás se habían celebrado en unión y con alegría, como sucede en las familias bien constituidas…

Una mentira comprensible. No siempre es fácil admitir que uno proviene de una familia disfuncional.

Doña Filomena, la más católica, y su vecina infiel

«Microrrelato – Real»

Doña Filomena pasaba sus días tejiendo y mirando por la ventana los aconteceres del pueblito rural donde todos se conocían y no existían los secretos.

Frente a su casa vivía un matrimonio que daba mucho que hablar por las infidelidades descaradas de la mujer, muy atractiva ella, extrovertida y siempre bien perfumada. El marido, un camionero obligado por su trabajo a ausentarse tres o cuatro días por semana, era el único en el pueblo que no sabía ni sospechaba nada.

Filomena, una señora católica y moralista, se indignaba cada vez que veía al amante entrar en casa de su vecina. Un día no aguantó más y le pasó el chisme al camionero.

En el momento el hombre contuvo su ira, porque quiso recabar evidencias antes de tomar medidas. Dos días después simuló que tenía que hacer un viaje; saludó a su esposa y salió con el camión; pero se quedó haciendo tiempo al costado de la ruta en las afueras del pueblo más cercano. A la noche regresó, entró en la casa sigilosamente y sorprendió a los amantes con las manos en la masa. El camionero sacó un arma de fuego; los dos hombres se trabaron en lucha y, al final, uno de ellos cayó muerto y el otro fue condenado a varios años de prisión.

Nadie llegó jamás a saber si doña Filomena se confesó con el cura, o tan siquiera si se arrepintió. Lo que sí se supo es que hasta el día de su muerte asistió a misa todos los domingos; y por eso no hay dudas de que su alma inmortal fue bien recibida en el paraíso de dios.

Esto sucedió en algún lugar de la región de Cuyo, en Argentina.

Señor doctor

«Microrrelato (Real)»

Aquel lunes, el doctor Juárez estaba llegando cuarenta minutos tarde al consultorio. Como de costumbre, se demoró tomando café y charlando con colegas en el bar que está frente al hospital. En la sala de espera, una señora mayor lo ve llegar, lo intercepta y le dice:

—Hola doctor ¿ya empieza a atender?
—Estoy aquí, llegando. Le aviso por si no me ha visto —respondió el doctor con sarcasmo—
—Disculpe, es que hace mucho que lo estoy esperando.
—Tranquila, tranquila. No se olvide que los pacientes deben ser pacientes. Por algo se llaman “Pacientes” —dijo el doctor con grotescos aires de semidios griego de las salas de espera—

Y yo, que era un paciente más esperando mi turno y también se me había acabado la paciencia, al escuchar ese diálogo tuve ganas de llevar a cabo algún tipo de acción…
Se me ocurrió elevar una protesta formal por falta de ética contra este medicucho de cafetería venido a más. También pensé en darle un tremendo puñetazo como para dejarlo desmayado.
Pero rápidamente quité de mi cabeza esas dos ideas, porque no seré yo quien se ponga a luchar contra los molinos de viento.

El traje nuevo

«Microrrelato – 100 % real»

En tiempos en que las sastrerías abundaban y los hombres vivían de acuerdo a códigos de honor considerados como la base de su masculinidad, don Heriberto González, granjero conocido y muy respetado en el pueblo, acudió a su sastre de confianza para pedirle que le confeccione un traje a medida y que por favor acepte un pago en cuotas.

El sastre aceptó sin siquiera pensarlo, pues la confianza era mutua. Un par de semanas después, cuando el traje estuvo listo, don Heriberto pasó a retirarlo, agradeció y se marchó a casa.

Al domingo siguiente, tras el desayuno, él y su esposa se preparaban para ir a misa. Don Heriberto se vistió con el viejo traje, deslucido en general y hasta con algunos notables zurcidos a mano. La mujer, sorprendida, le preguntó:

—Oye ¿Qué haces? ¿Por qué no te pones el traje nuevo?

A lo cual don Heriberto, exagerando un poco la cuestión del código de honor, respondió:

—Porque no es mío; todavía no lo terminé de pagar.

Envidia

«Microrrelato»

Tras leer el currículum, el gerente de recursos humanos de una cadena de restaurantes de París con tres estrellas Michelin le dijo a Mario:

—Te daré dos opciones: Puedes empezar como cocinero, y si eliges esta opción jamás vas a llegar a chef, al menos no en este establecimiento. O puedes empezar desde lo más bajo, como ayudante de cocina; y si eliges esta opción, tendrás la oportunidad de ascender a cocinero y luego a chef.

Sin dudarlo, Mario eligió la segunda opción. Y tuvo por compañero a otro ayudante de cocina apodado Paco, que llevaba tiempo estancado en ese puesto.

A los tres meses, el gerente le dice a Mario que está muy conforme con su trabajo, no sólo por su eficiencia sino también por su notable interés en aprender. Y le comunica que le quedan dos semanas como ayudante y luego será cocinero.

Dos días después, agarró la esponja para lavar platos y una aguja de costurera le atravesó la palma de la mano. Pegó un grito, sangró abundantemente y lo llevaron de urgencias al hospital. La herida le afectó ciertos nervios y tendones; pero tuvo suerte, porque no le quedaron secuelas graves. Su mano sufrió una mínima pérdida de movilidad que no afectó su capacidad de trabajar.

Después de algunas semanas de licencia se reincorporó a sus funciones en el mismo restaurante. Paco ya no trabajaba allí; se supo que había conseguido un nuevo empleo por un salario más bajo, como ayudante de cocina en un restaurante sin estrellas Michelin.

Caroline

«microrrelato»

Caroline, la que es libre, la de los tacones dorados, reboza de felicidad porque el tiempo del mundo está a su favor. Hoy ha salido para ser feliz, para ser feliz con alguien.
El padre la miró por la ventana, la vio alejarse, orgulloso porque su niña se ha convertido en una gran mujer, nostálgico porque su niña se ha convertido en una mujer.