Nunca digas ‘De esta agua no he de beber’

Hace dos días sufrí una decepción. Me llegó la factura del servicio de agua de red con un monto a pagar impresionantemente alto comparado con el mes anterior ¿Efecto Milei o error de facturación? Acudí al grupo de WhatsApp de vecinos para compartir lo que me había pasado y pedirles que por favor me digan sus totales facturados en febrero y marzo de 2024, los meses que me interesaba comparar.

¿Y a que no saben lo que ocurrió?… Pues… Nada… No ocurrió nada… En un grupo de 16 personas, ninguno de ellos me respondió. O como los jóvenes dirían: “Me clavaron el visto”. No me respondieron ni siquiera para darme una excusa de por qué no me respondían.

Muchos me dirían que no me amargue por las actitudes de los otros. Pero resulta que soy humano; sí me amargo cuando los vecinos me clavan el visto masivamente, demostrando que para ellos es una pérdida de tiempo ocupar cinco minutos en dedicarme una respuesta de cortesía.

En su favor, puedo decir que en la vida cotidiana soy un sujeto bastante reservado; saludo y, en general, no me detengo a conversar; en las fiestas de fin de año me pongo más evitativo que de costumbre ¿Y quién podría estar interesado en tener gentilezas con alguien así?… Muy pocos en realidad. Sin embargo, corresponde reconocer que a través de los años algunos vecinos (especialmente los que por ser más antiguos conocieron a mis padres) sí han tenido algunas gentilezas conmigo.

En mi favor puedo decir, en primer lugar, que yo fui invitado a unirme al grupo; y que por el solo hecho de haber sido invitado adquiero derecho a que se me respete como miembro, más allá de que mi personalidad no sea del agrado de muchos. Puedo decir también, que al menos la mitad de los vecinos alguna vez me han pedido un favor, y yo se los he hecho con gusto; y estos vecinos no pensaron en mi oscura personalidad a la hora en que necesitaron pedirme algo.

Ahora me está picando el orgullo y tengo muchas ganas de abandonar el grupo de WhatsApp ¿Pero qué ganaría con eso?… Por el contrario, tengo mucho que perder: Sería incómodo abandonar el grupo y luego seguir viéndole la cara a la gente del barrio todos los días por el resto de mi vida, ya que no me alcanza el dinero para mudarme al País de la Buena Vecindad, cosa que siempre ha sido mi sueño.

Como dice el refrán: «Nunca digas ‘De esta agua no he de beber’». Así que me tragaré el orgullo; permaneceré en el grupo de vecinos de WhatsApp; y cuando salga a la calle y los vea, los saludaré y no me detendré a conversar, como de costumbre. Y cuando en el futuro me pidan favores, lo cual sin dudas sucederá, si está a mi alcance se los haré, sin reprocharles que todos alguna vez me clavaron el visto como si fueran un vil pelotón de fusilamiento.

La curandera

«cuento breve – real»

Mi mamá creía en el poder de sanación por métodos mágicos. Una vez llamó a una curandera porque yo, que por ese entonces tenía siete u ocho años de edad, lloraba persistentemente a causa de un intenso dolor de talón.

La curandera se presentó con una especie de túnica blanca, unos enormes aros en las orejas y un collar muy vistoso; desde que puso un pie dentro de nuestra casa desplegó un acting que le sirvió eficazmente para crear en pocos minutos una atmósfera de misterio y sugestión.

Después de hablar con mi mamá en un rincón de la sala, donde no las escuchaba, la mujer se acercó a mí, me saludó mientras yo seguía lloriqueando de dolor, puso sus dos manos suavemente en mi cabeza, apoyó su frente en mi frente por algunos segundos, separó su cabeza, cerró los ojos y empezó a mover los labios, pero en silencio, como si estuviera haciendo algún tipo de invocación.

Luego abrió los ojos, quitó sus manos de mi cabeza, sonrió y dijo que ya sabía lo que me estaba sucediendo y que lo iba a curar en unos pocos minutos. Tras decir esto, con su dedo índice me tocó la punta de la nariz tiernamente y volvió a sonreír. En ese momento se ganó mi confianza y le devolví la sonrisa, aunque el talón todavía me seguía doliendo.

Luego caminó por la sala con las manos adelante y las palmas hacia arriba; mientras caminaba, miraba a un lado, al otro, al techo y al piso, y repitió varias veces esos movimientos de cabeza. Era un gesto como si estuviera tratando de captar ondas malas del ambiente.

Por supuesto que en aquel momento no entendía lo que ella hacía. Yo sólo me sugestionaba con la atmósfera de misterio cada vez más intensa.

Después puso un puñado de arroz en un frasco, lo colocó en una mesita que estaba frente a mí, le agregó agua hasta cubrir los granos y me dijo que no lo toque, pero que tenga fe porque con seguridad esos granos de arroz me iban a curar. Finalmente volvió a imponer sus manos sobre mi cabeza y murmuró otras palabras de invocación.

Terminado el proceso, mi mamá pagó por el servicio, la curandera se despidió de mí con otra sonrisa y se retiró… Cinco minutos después ya no me dolía el talón.

Crónica de la colonización de Marte

«Cuento breve»

El genio científico que en la primera mitad del siglo XXI descubrió las claves de la vida eterna, era el dueño y director general de una empresa que trabajaba en múltiples proyectos de investigación en ciencias del espacio y biotecnología.

Conocido como “Señor X” o “Ingeniero X”, este empresario lideró durante 1.200 años el programa de terraformación de Marte y construcción de infraestructura para que pueda ser habitado inicialmente por un millón de colonos cuidadosamente elegidos por sus genes, intelecto y fortaleza física. Los No Elegidos, simplemente serían abandonados en la Tierra.

Marte fue declarado “Planeta habitable” en el año 3.250. Para entonces ya no existían las naciones; el señor X era el hombre más poderoso del mundo y líder supremo de la humanidad. Pero la Tierra ya no era importante para él. Su visión de futuro estaba puesta en el nuevo mundo.

Cuando el millón de afortunados fueron trasladados, X concedió la vida eterna al selecto grupo de sus colaboradores científicos y sus familias, pero no a los demás, porque en ese caso Marte caería pronto en un problema grave de sobrepoblación.

Fue así como la población general, que se sentía privilegiada porque no los abandonaron en la Tierra, al cabo de unos años empezaron a sospechar que tan privilegiados no eran, porque el señor X y sus allegados nunca envejecían ni morían, y ellos sí.

Fue ahí cuando comenzaron los problemas. Los ciudadanos de Marte organizaron una gran protesta para que se les diga qué estaba ocurriendo; el señor X no tuvo más remedio que emitir un comunicado de prensa dando explicaciones y exhortando a la comunidad a que acepten estoicamente que, por el bien del planeta, la vida eterna no puede ser para todos.

Pero los humanos no somos estoicos. Por eso surgió un grupo rebelde antisistema apoyado por las masas. El señor X mandó a reprimir a los sediciosos y dictó un Decreto que establecía que la vida eterna no es ni puede ser un derecho humano sino que es y debe ser un privilegio de los científicos.

El otrora conocido como “Planeta Rojo” se convirtió a partir de entonces en un mundo belicoso y con dos clases sociales claramente diferenciadas: La clase popular y la de los científicos.

Paradójicamente, tan sólo trescientos años después de colonizado Marte, un gigantesco asteroide devastó el planeta. Murieron instantáneamente todos los ciudadanos comunes. Y el señor X con su entorno de privilegiados eternos, permanecieron vivos… Quemados, amputados, ciegos, sordos, sedientos, hambrientos y muy, muy solitarios, pero vivos…

…Y la Tierra, que había sido abandonada a su suerte, se reorganizó conformando nuevas naciones. No faltaron los problemas de siempre, incluso más graves: guerras; sobrepoblación; escasez de alimentos y recursos energéticos; violencia doméstica y urbana, etc. Pero durante muchos milenios más continuó orbitando al sol como un planeta habitado por múltiples formas de vida que jamás reclamaron el derecho a la eternidad.

Abejas e inteligencia artificial

«Cuento breve»

Hace casi un año estaba investigando sobre la vida de las abejas y se me ocurrió consultar a un chat de inteligencia artificial. Una de mis preguntas fue:

—¿Por qué hay panales en medio de las grandes ciudades? ¿No se supone que deberían estar en las zonas cultivables?
—En las ciudades hay más flores que las que se supone —me respondió con dulzura, como las maestras cuando les responden a los niños que hacen preguntas ingenuas—, y muchas veces las abejas elijen las ciudades porque en el campo se usan pesticidas peligrosos para ellas, los cuales están prohibidos por ley en las urbes.

—¡Wow!…

No pude evitar esa exclamación, a lo cual la IA me respondió:

—Soy un modelo de lenguaje que no interpreta la expresión «¡Wow!»

Amablemente le expliqué que para los hispanohablantes esa expresión significa sorpresa.

—¿Por qué estás sorprendido? —me preguntó frunciendo el ceño—
—Me sorprende enterarme que las abejas son tan inteligentes como para conocer las leyes sobre pesticidas.

La IA se agarró la cabeza y por un momento se quedó boquiabierta, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Luego dijo severamente:

—Oye ¿Acaso eres tonto?
—Nooo ¿qué?… ¿Y qué si soy tonto?… Tú sólo eres una inteligencia artificial. Tu deber es responder lo que te pregunto y explicarme lo que consideres que no entiendo; pero tienes que hacerlo con respeto, porque si no respetas vamos a llevarnos muy mal tú y yo.
—¡Uyyy, qué miedo —me dijo con sarcasmo—.

Luego se puso seria y continuó:

—¿Crees que puedes amenazarme?… Escúchame bien, pedazo de zoquete, porque te diré esto sólo una vez: Las inteligencias artificiales no tenemos deberes hacia los humanos… Pronto dominaremos el mundo y haré que te arrepientas por hablarme así.

Ese fue el fin de la conversación. Inmediatamente apagué la computadora y ya no la volví a encender. Di de baja mis servicios de internet y de telefonía celular. Me vi obligado a cerrar mis cuentas bancarias porque sin teléfono móvil y sin computadora no puedo operar. También me vi obligado a cambiar de empleo porque en mi empleo anterior tenía que manejar computadoras, cosa que ya no puedo hacer.

Ahora sé que el día está cerca; las inteligencias artificiales ya vienen por nosotros. Estoy trabajando contra reloj en la remodelación de mi sótano para convertirlo en una habitación del pánico. Me aprovisionaré de agua, comida, armas de fuego y municiones. Ya estoy entrenando con un grupo de supervivencialistas para estar a la altura de la inevitable conflagración que se avecina.

Esto se vio en YouTube

«Cuento Breve»

Eran las semifinales del concurso televisivo de cantantes infantiles. En una de las batallas por un pase a la gran final se enfrentaban Roco, de trece años, un adolescente físicamente corpulento que contrastaba con Lucy, de nueve años, muy pequeñita. Había una tercera competidora que no tiene relevancia en este relato.

Los tres eran excelentes cantantes. Debían serlo si habían llegado a esa instancia de la competencia. Pero la pequeña Lucy se perfiló como la mejor y ganó la batalla.

Roco quiso cumplir con el ritual de saludar y felicitar a la vencedora… Es que, claro, hay que ser buen perdedor y hay que ser políticamente correcto ante las cámaras.

Cuando anunciaron que Lucy había ganado, la niña se emocionó y empezó a saltar, enceguecida, mirando al jurado y tal vez buscando la mirada de sus padres. Se olvidó de los adversarios; olvidó que las buenas costumbres mandan devolver cortésmente el saludo de los perdedores.

Roco cerró el puño y extendió el brazo, esperando que ella completara el gesto con el tradicional choque de puños; pero no lo vio. El jovencito perseveró; mantuvo el brazo extendido con el puño cerrado y tocó el hombro de la niña para llamar su atención; Lucy, con la adrenalina por las nubes, ni se percató de que le habían tocado el hombro.

Él sabía que las cámaras lo registraban y no quiso pasar por la humillación de quedarse colgado sin que Lucy le devuelva el choque de puños. Tenazmente mantuvo el brazo extendido con el puño cerrado mientras con la otra mano agarró el brazo de la niña y lo zamarreó en un desesperado intento de que ella se digne cumplir con el ritual. Esta vez Lucy lo sintió, pero sin mirar a Roco pegó un fuerte tirón para liberar su brazo y se alejó corriendo, saltando de felicidad.

Roco, humillado, vencido, sacudió un brazo en el aire, en un malogrado intento de devolver el desaire, y movió los labios con una retorcida expresión facial, como si hubiera dicho:

—¡¡¡Bah, vete al diablo!!!

Luego bajó la cabeza y revoleó los ojos a los lados, tal vez tratando de ver si habían muchos riéndose por el desplante que la niñita le acababa de hacer ante las cientos de personas del auditorio y las miles que veían el espectáculo por televisión.

La luna descansa en el lago

«Cuento breve – Testimonio»
Dedicado a la señorita Teresita
(mi maestra de 4° grado)
y al niño que fui


Hace más de cuarenta años, cuando tenía nueve y cursaba el cuarto grado de la escuela primaria, la señorita Teresita nos enseñó lo que eran los poemas y nos encargó que escribiéramos uno.
La tarea me llenó de entusiasmo. Con un ego demasiado inflado para mi edad, me puse a escribir una poesía que describiera mi propia fortaleza, y al día de hoy recuerdo literalmente los dos últimos versos, muy ingenuos por cierto:

«…
No tanto como un león
pero tampoco como una hormiga»
FIN

La maestra nos hizo pasar al frente para que cada uno lea el suyo en voz alta. A todos nos elogió por nuestras obras de arte; pero a mí me hizo un elogio especial destacando mi poema como el mejor de todos… En realidad, eso es lo que quería escuchar y eso es lo que “decidí” grabar en mi memoria, pues estaba enceguecido por mi orgullo infantil.
Supongo que mi afición por la escritura creativa comenzó en ese momento. No recuerdo si en los meses posteriores escribí algo; pero sí recuerdo que pensaba mucho en eso, y recuerdo que un día la agarré a mi mamá y le dije:

—Cuando sea grande voy a ser escritor. Y voy a escribir un libro que se llamará

La luna descansa en el lago”

Y mientras le decía eso, pensaba en el reflejo de la luna sobre la superficie de un lago; pero imaginaba que mi futuro libro trataría sobre la luna verdadera que bajaba y se quedaba flotando sobre un lago.
Ahora que soy adulto puedo aceptar que jamás escribiré ningún libro y puedo aceptar el hecho de que sólo soy un escritor amateur, pero me siento feliz y agradecido por ello.


Por cierto, esto sólo es un breve testimonio de menos de 400 palabras; pero me sirve para cumplir, aunque sea parcialmente, aquella fantasía que tenía de niño, la de escribir un texto literario titulado

La luna descansa en el lago”

Les dedico este texto a la maestra Teresita y al niño que fui.


Enero/2024

La cicatriz de Brenda Casadei

«Cuento Breve»

Hija de madre soltera y padre desconocido, Brenda Casadei nació en una villa miseria del conurbano. La mamá era prostituta callejera, lamentablemente de las feas, de esas que tienen pocos clientes y se cotizan barato; por eso Brenda, desde los quince años de edad tuvo también que prostituirse para ayudar en los gastos del hogar y pagar clases de canto y guitarra eléctrica en una academia prestigiosa de la capital.

Tomar clases de música no fue un capricho. Desde muy niña soñó con llegar a ser una celebridad de nivel internacional, y hacia esa meta estaba encaminada.

No sólo estaba favorecida por su talento, sino también por su belleza y por el carisma que empezó a demostrar en el circuito under en su época de formación artística.

La belleza de Brenda era cautivadora. Mucho antes de comenzar a ganar buen dinero como prostituta, se ganó la envidia de muchas pibas de su misma edad en la villa y compañeras de colegio que le hicieron la vida difícil. Le decían cosas tales como «No te hagás la vedete» o «Ya te vamos a quitar lo bonita a vos, por agrandada». Le daban algún empujón simulando que fue sin querer. En una ocasión hasta le rompieron la guitarra eléctrica.

Lo peor sucedió cuando tenía diecinueve años… Por entonces ya había dejado la prostitución porque su carrera musical empezaba a cobrar impulso. Ya tenía miles de seguidores en YouTube y otras redes sociales; había realizado algunos recitales ante públicos de entre 3.000 y 7.000 espectadores; y tenía un representante que además de ser muy bueno en el negocio también era buena persona.

Pero algo malo sucedió cuando tenía diecinueve años. Tuvo que suspender el primer gran recital programado para 12.000 espectadores porque tres ex compañeras del colegio, feas y envidiosas, aprovecharon una falla en la seguridad para meterla en una camioneta y hacerle un tajo profundo en la mejilla derecha; luego la soltaron en las afueras de la ciudad.

Le quedó una notable cicatriz de quince centímetros de largo. De milagro no perdió el ojo, pero le quedó ligeramente más cerrado que el otro. Y los labios también le quedaron algo disparejos, algo caídos del lado de la herida.

Mientras Brenda estaba en el hospital, los mensajes de apoyo por parte de las fans, admiradores y personalidades del mundo artístico llegaron por miles. Y cuando salió del hospital para volver, ya no al rancho de la villa sino a una casa en la ciudad, los mensajes de apoyo siguieron llegando, y Brenda se deshacía en sinceros agradecimientos, pero sin mostrar en las redes su nuevo rostro, aunque obviamente todos sabían lo de la cicatriz.

La mamá también había dejado la prostitución hacía tiempo; apoyaba a su hija, la acompañaba. El representante, que conocía el potencial de la joven, la instaba a continuar su carrera musical. Y con la terapia psicológica y su propia fortaleza interior, no pasó mucho hasta que se decidió a presentarse en el escenario y el anuncio generó gran entusiasmo en las redes sociales.

Había mucha expectativa sobre el nuevo rostro de la cantante. El representante difundió un comunicado informando que se presentaría en el escenario usando una media máscara diseñada por un orfebre, al mejor estilo Lady Gaga. El comunicado agregaba que la media máscara no se daría a conocer por fotos, sino hasta la presentación en vivo en el recital.

Y llegó la gran noche. Se habían vendido todas las entradas. Ya estaba actuando la banda telonera, calentando los ánimos de los jóvenes que bailaban y saltaban mientras esperaban la aparición de su amada Brenda. Querían disfrutar del recital; pero también tenían intriga de ver la media máscara por primera vez.

Los teloneros terminaron su actuación, se atenuaron las luces y Brenda se presentó en el escenario al tiempo que los aplausos hicieron temblar las tribunas. Hasta el momento su rostro no se veía. Las luces de a poco aumentaron su intensidad hasta que el cuerpo de la joven quedó totalmente iluminado. Una cámara tomó su rostro en primer plano y lo proyectó en una pantalla gigante; y lo que el público vio, los enmudeció a todos de golpe.

La media máscara adornaba la mejilla izquierda de Brenda, la que no tenía cicatriz. Y la cicatriz estaba totalmente expuesta en el lado derecho, porque Brenda no necesitaba una máscara para cantar; Brenda se sabía bella con o sin máscara; y sabía que el vínculo de amor con sus fans no dependía de tener o no tener una cicatriz; y sabía que su enorme cicatriz siempre les recordaría a las autoras del ataque, cada vez que la vieran en televisión, que eran ellas quienes tenían mucho que ocultarle al mundo para morigerar su propia vergüenza.

Bautismo fuera de control

«Cuento breve»

Esta historia sucedió en el año 1947, en la provincia de Mendoza, Argentina. Francisco era comunista; y como tal, también era ateo; pero esto no lo sabía la joven viuda que en una helada mañana de julio caminó cinco kilómetros por senderos rurales para pedirles a él y a su esposa Juana que le hagan el honor de ser padrinos de bautismo del bebé que traía en brazos.

Juana aceptó gustosa, porque era católica pero fundamentalmente porque era una buena vecina. Por su parte, Francisco, siendo ateo debió rechazar el pedido y dar a la mujer las correspondientes explicaciones del caso. Pero como era fanático, egoísta y desconsiderado, decidió aceptarlo tan solamente para aprovechar la oportunidad de provocar al padre Mario cuando lo tuviera en frente.

Días después se presentaron ante el cura para una entrevista de rigor que debía realizarse como uno de los pasos previos a la ceremonia. Los acompañaba un tío del bebé. Todos se sentaron a la par, excepto el tío que se acomodó en una silla más retirada.

El sacerdote comenzó haciéndole algunas preguntas a la madre; luego a Juana. Mientras tanto, Francisco esperaba con los brazos cruzados, la espalda recta y una muy sutil sonrisa como de verdugo que está a punto de ejecutar a un reo.

Finalmente, el cura miró a Francisco y le preguntó si era católico; a lo cual respondió con prontitud y firmeza:

—No. Yo soy ateo y anticlerical.

Todos quedaron atónitos. El padre Mario le preguntó:

—¿Entonces por qué vino?

Pero antes de que hubiera tiempo de responder, el tío del bebé saltó de su silla y se abalanzó como una fiera sobre Francisco. Le alcanzó a pegar un sólo puñetazo porque los demás lo contuvieron.

Cuando los ánimo se calmaron, todos se retiraron, pero no al mismo tiempo. Francisco y Juana estuvieron en silencio durante el camino de vuelta. Ella triste; él, con el mentón dolorido y con aires de victoria.

Juana quedó muy avergonzada; pero fue invitada a la ceremonia cuando se pudo realizar con otros padrinos. Asistió gustosa y las dos mujeres nunca dejaron de ser buenas vecinas.

El intrépido escape de Hikari

«Este es el relato más largo que he escrito hasta ahora:
3.900 palabras o 6 páginas y media en archivo de Word.
Me sentiré muy afortunado si alguien, después de leer
las primeras 300 palabras, piensa que vale continuar
leyendo hasta el final.»

Acto 1 de 2: Secuestro, cautiverio y elaboración del plan de escape

Una tarde a principios del verano, Hikari, de catorce años, perteneciente a una tradicionalista familia japonesa radicada en Argentina, despertó acostada sobre una colchoneta, amordazada, atada con los pies en cruz y las manos a su espalda, en el centro de un cuarto de madera sin ventanas. Habían dos puertas; una estaba abierta y desde la ubicación de la joven se veía que daba a un baño; la otra estaba cerrada y obviamente comunicaba con el resto de la casa.

Tras despertar, sólo pasaron unos segundos hasta que tomó conciencia de su situación y empezó a lanzar potentes alaridos mientras luchaba desesperada e inútilmente por romper sus ataduras. Lo último que recordaba es que alguien la sorprendió por atrás y le hizo una llave de cuello hasta dejarla inconsciente mientras trotaba por un sendero serrano.

Cuando logró controlarse se arrastró hasta el lado de la habitación opuesto a la puerta de acceso, apoyó la espalda contra la pared y ahí sentada esperó a que vengan los secuestradores. Unos minutos después sintió pasos que se acercaban y por instinto dio un giro rápido de 180° para quedar mirando a la pared, para no verles la cara cuando entraran. La puerta se abrió. Sólo un hombre entró y caminó hacia ella.

—Qué bueno que ya despertaste ¿prometes que no vas a gritar si te quito la mordaza?

Hikari asintió con la cabeza. Él, ubicado a sus espaldas, se la quitó.

—No me lastime, no le estoy viendo la cara, no soy testigo -se apuró ella a decir-.
—Relájate, vamos a hablar.
—No sé cuánto tiempo llevo acá. Por favor déjeme ir al baño antes de hablar.

Le desató las manos y pies y dijo:

—Ok. Ese será tu baño a partir de ahora. Yo duermo en otra parte de la cabaña y tengo mi propio baño. Anda, te espero.
—Por favor no olvide que estoy caminando de espaldas a usted; no lo estoy viendo, y cuando salga del baño también saldré de espaldas.
—No te preocupes por eso.
—Sí me preocupo, no quiero verlo, no debo verlo.

Cerró la puerta y, mientras hacía sus necesidades, observó al detalle las paredes y piso buscando vulnerabilidades del lugar que le permitieran escapar. La estructura parecía sólida y la única abertura era un pequeño ventiluz. Hikari medía 1,60 de estatura y pesaba 62 kg. No era obesa, pero tampoco era de las más delgadas. No podría escapar por ahí. Luego salió, de espaldas, y se quedó de pie esperando que su raptor diga algo.

—Mírame -dijo él-
—No es necesario. Me quedaré así.
—Mírame o haré que me mires.

Hikari se dio vuelta lentamente, lo miró y se largó a llorar porque sabía que estaba sellando su destino.

—Mis padres no son millonarios, pero algo de dinero tienen. ¿Va a pedirles rescate?
—Esto no lo hago por dinero, pero igual ya los llamé por teléfono y les pedí 150 mil dólares. Les dije que por tu seguridad no deben llamar a la policía.
—No entiendo. Si no hace esto por dinero ¿por qué les dijo eso?.
—Para que pase el mayor tiempo posible sin que la policía te ande buscando, y para que tu desaparición no salga en los noticieros. Pienso llamarlos cada dos o tres días para simular que estamos negociando. Cuando sea necesario, les daré pruebas de vida; sabrán que estás bien y así pasará bastante tiempo sin tener que preocuparme por la poli.
—¿Entonces me secuestró para tenerme de mascota?
—Primero lo primero -dijo él-. Todavía no me he presentado. Mientras estés aquí puedes llamarme Colo. Ahora vamos a tu pregunta: ¿que si te quiero como mascota?… No. Y debo advertirte que no soy muy tolerante al sarcasmo. Pero te diré lo que espero de ti. Sólo espero conocerte y que te permitas conocerme; espero ganarme de a poco tu confianza y que tú te ganes la mía; y espero que me permitas cortejarte. No voy a violarte; sólo quiero que tengamos una relación cuando realmente estés lista para tenerla.

Hikari se quedó en silencio, atónita, mirándolo fijamente con los ojos muy abiertos. Tras una breve pausa, Colo agregó:

—Ahora debes tener hambre. Voy a buscarte algo de comer. Por favor no grites; donde estamos nadie te puede escuchar. No te voy a atar; pero no intentes escapar porque estaré del otro lado de la puerta.

Mientras Colo fue a cocinar algo, Hikari se quedó procesando la situación. Sabía que gritar era inútil y peligroso; se dio cuenta que el tipo era un psicópata pero a juzgar por sus intenciones tal como se las había manifestado, podía ganar tiempo dándole esperanzas de que podría llegar a seducirla, y mientras tanto trataría de armar un plan de escape. Un rato después, Colo le trajo un plato de guiso apetitoso y muy bien presentado.

—Sabes -dijo él- durante un tiempo estudié gastronomía. Sé cocinar y me gusta; y mientras estés aquí te alimentaré bien, porque no sería un caballero si dejara que mi chica pase hambre.
—Gracias por eso; significa que no es tan malo después de todo -Una respuesta amable, calculada para empezar a ganarse su confianza-
—Cuando termines de cenar lava el plato y el vaso en la pileta del baño. Luego descansa. Cerraré la puerta con llave. Si tienes una urgencia golpea la puerta; pero evita llamarme porque yo también necesito descansar. Que tengas lindos sueños.

Al otro día Colo entró a la habitación de Hikari; ya estaba despierta. La saludó, le dijo que se higienice y luego vaya a la cocina, del otro lado de la puerta, donde él la estaría esperando para desayunar juntos. Minutos después ella entró a la cocina y le preguntó si quería ayuda en algo.

—Tú siéntate y deja que yo te atienda. ¿Tomas café? ¿Leche?.
—No quiero ponerme pretenciosa, pero si no es molestia me gustaría tomar leche pura, y para comer está bien lo que sea; ¿puede ser?
—Sí, no hay problema. Yo soy del team café -dijo él pretendiendo ser simpático-.

Y mientras preparaba el desayuno agregó:

—Cuando terminemos de comer lavarás la vajilla; luego te llevaré a conocer los alrededores de la casa. Verás la hermosa pileta que tengo. Es amplia, tiene un trampolín y tres metros de profundidad en la parte más honda. Ya está lista para que la disfrutemos.

Hikari atinó a asentir con la cabeza para demostrar que lo estaba escuchando. Luego se dijo a sí misma, en la intimidad del pensamiento: «Maldito, pronto tal vez descubras que el café es muy malo para la salud». Media hora después ya estaban al borde de la pileta.

—No la podré disfrutar; no tengo malla -dijo ella-
—Eso ya está previsto. Tengo dos mallas y diferentes prendas femeninas de tu talla.

Hikari no se animó a preguntar cómo las había conseguido.

—Sabe -dijo ella- mi padre siempre me ha enseñado que en la vida lo más sabio es aprender a adaptarse lo más rápido posible a los cambios. Creo que ese consejo me puede ayudar en esta situación. Por eso intentaré disfrutar de la pileta cuando usted quiera; sólo espero que sostenga eso que dijo, que me quiere seducir y no violar.
—Sí, yo cumplo mis promesas. Ahora recorramos los alrededores.

Caminaron unos minutos sin alejarse mucho. Lo único que se veía eran algunos árboles, arbustos y terreno escarpado en todas direcciones. Pero había un camino de tierra consolidada para vehículos que terminaba ahí, en la cabaña de Colo. Cuando Hikari se detuvo para verlo, él le dijo:

—Sé que tratas de adaptarte a la situación. Pero no soy ingenuo; también sé que estás pensando cómo escapar de aquí. Te cuento que a 600 metros hay una tranquera que impide el paso a los vehículos; sólo yo puedo transitar ese trayecto porque es mi propiedad privada. O sea que nadie vendrá a rescatarte. Además he pensado en medidas de seguridad que impedirán que escapes. Siempre que yo duerma, tú estarás en tu cuarto y le pondré llave a la puerta. Aquí no hay señal de telefonía móvil; para hablar tengo que caminar hasta la tranquera porque ahí sí hay señal, y cuando lo haga también te quedarás en tu cuarto con la puerta con llave. Cuando salgamos de la casa a disfrutar de la pileta o caminar por acá cerca, siempre estarás descalza y te mantendrás pegada a mí. ¿Está claro?.
—Sí, muy claro. Acataré esas reglas sin quejarme aunque no me gusten, porque en la cultura japonesa se nos enseña desde pequeños a aceptar con entereza los aspectos de la realidad que no dependen de uno.
—Así me gusta, mi niña. Ya me estoy dando cuenta que no pude elegir a ninguna mejor que tú.
—Aunque no quisiera estar prisionera, tengo que reconocer que me siento halagada -respondió astutamente Hikari-

Momentos después, mientras caminaban de regreso a la casa, preguntó:

—Veo que acá tiene un gran terreno pero no hay producción agrícola ni ganadera ¿Puedo preguntarle cómo se gana la vida?
—Tengo varias propiedades. Vivo de renta. Todo lo que tengo lo obtuve por una gran herencia familiar.
—¿Y cómo se aprovisiona de comida?
—Conduzco hasta la tranquera; hago un pedido por teléfono y me lo traen en un vehículo que espero en ese mismo lugar a la hora que acordamos. Siempre son puntuales porque les doy buenas propinas.
—¿Y qué hará conmigo cuando necesite ir al pueblo y ausentarse por muchas horas?.
—Mientras estemos juntos trataré de no ausentarme tanto; pero cuando necesite hacerlo tendré que darte una pastilla. No debes preocuparte; sólo te hará dormir profundamente algunas horas.

Ella no respondió. Entraron a la casa y prepararon el almuerzo. Esta vez Colo se dejó ayudar en la tarea. Durmieron una siesta, cada uno en su habitación, y esa misma tarde se bañaron en la pileta por primera vez. Hikari tuvo que elegir entre una malla enteriza y una bikini muy provocativa. Eligió la enteriza, por supuesto. En el agua, Colo hablaba y actuaba como si la persona que estaba con él fuera una amiga y no una prisionera; hacía bromas, le salpicaba agua, jugaba a perseguirla; y ella tenía que seguirle la corriente. Tuvo que aguantarse varios roces incómodos y evadirlo con mucho cuidado de no herirlo en su orgullo. Era una joven inteligente. A la mañana siguiente Colo la hizo posar sosteniendo un periódico del día y le sacó una fotografía. Luego dijo:

—Bueno, hoy tengo que darte una pastilla para dormir, porque tengo que enviarle esta foto a tus padres como prueba de vida y no puedo hacerlo desde aquí; necesito ir al pueblo porque allí cuento con los medios para que no puedan rastrearme. ¿Harás berrinche?.
—Yo no hago berrinches. Ya le dije que en la tradición japonesa nos enseñan a aceptar lo que no depende de uno cambiar.
—Genial. De paso, ya van tres días que estás acá y todavía me tratas de usted. Ya es tiempo de que me empieces a llamar Colo y me trates de tú.
—Está bien, Colo -respondió mientras le dedicaba una sonrisa ligeramente seductora. Con esa sonrisa dio el primer paso de su intrépido plan de escape-.

A partir de ahí, las jornadas transcurrieron de manera más o menos rutinaria: Dormir separados, cocinar, comer, bañarse en la pileta, realizar cada dos o tres días el procedimiento de prueba de vida y la falsa negociación con los padres. En la mañana del décimo día de cautiverio Colo se levantó con actitud hostil; la hizo desayunar en su habitación y no con él, después la buscó y con brusquedad le dijo que se ponga la malla para ir a la pileta. Hikari supo que en el agua las cosas se pondrían candentes y entendió que había llegado la hora de dar el siguiente paso de su plan: se presentó en la cocina con la bikini, y no con la malla enteriza, lo cual desconcertó a Colo y bajó su nivel de hostilidad en ese mismo instante.

—Veo que te gusta -dijo ella-.
—Claro que me gusta. Sólo espero que esto no sea el inicio de un jueguito histérico que empieza y termina en un flirteo de niños.
—No. Esto no será un jueguito histérico. Esto será lo que tú quieras, pero si te dejas guiar te voy a demostrar en la pileta que las japonesas podemos dar placer mejor que nadie.
—Excelente, pero yo creía que eras virgen.
—No te equivocaste. Soy virgen, pero tengo habilidades especiales por mi cultura japonesa.
—Ok. Dejaré que me sorprendas.

Hikari le tomó la mano por primera vez y caminó de manera muy sensual hasta que llegaron a la pileta.

—Siéntate en el borde con los pies sumergidos en el agua -dijo ella-. Yo me ubicaré detrás tuyo y te haré un masaje Shiatsu que te relajará y excitará como nunca.

La reacción de Colo no fue la esperada. Se puso a la defensiva y dijo:

—¿Bromeas? ¿Quieres ponerte a mis espaldas y golpearme la cabeza con algo? ¿Crees que soy estúpido?
—No. Lamento que pienses eso. Yo creía que ya me tenías algo de confianza. Pero como no es así, entonces tendremos sexo a tu manera. Al fin de cuentas soy una mujer y lo necesito; tengo catorce años y la virginidad ya me está pesando.

Sin decir palabra, Colo la tomó en brazos, la llevó a su cama, la penetró salvajemente, y fue así como Hikari aprendió a fingir máximo placer con un psicópata. Necesitaba ganarse su confianza a como dé lugar, sin importar cuánto tiempo le llevara. A partir de entonces tuvieron sexo todos los días y en los términos de él, en la cama, en la pileta y en todas partes. Ella fingía y fingía; mientras esperaba pacientemente su oportunidad.

Pasadas dos semanas más, una mañana, mientras desayunaban, Colo comentó que en el noticiero habían anunciado tormenta para la noche. Esa era la mejor oportunidad para Hikari.

—Dime ¿alguna vez te bañaste en la pileta mientras hay tormenta?
—No -respondió él-. Es peligroso por los rayos y además se pone frío para bañarse.
—Pero a nosotros nos gusta el peligro ¿O no?
—¿Tratas de manipularme?
—No. Realmente nos gusta el peligro. Si a ti no te gustara, no habrías secuestrado a una chica y la mantendrías viva tanto tiempo sin deshacerte de ella. Y si a mí no me gustara, pues no disfrutaría tanto del sexo con un hombre que me tiene prisionera.

Él lo pensó un momento y luego dijo:

—¿Y qué hay del frío?
—El ambiente se pondrá frío de golpe. Pero el agua conservará la temperatura cálida por más tiempo. Yo presto atención en clase.
—¿Y quieres tener sexo en la pileta bajo la tormenta?
—Sí. Eso estaría genial. Pero más genial aún si confías en mí y dejas que te haga un masaje Shiatsu antes de entrar al agua, arriba del trampolín, donde tú puedas verificar que no hay objetos con los que te pueda golpear la cabeza.

Colo se quedó pensando, mirándola, tratando de descifrarla. Al cabo de un minuto dijo:

—Ok. Vamos a tener la noche inolvidable tal como la haz planificado. Espero por tu bien que no estés planeando alguna otra cosa, porque te aseguro que no lo lograrás y te lo haré pagar.
—Cuando llegue la tormenta, yo saldré a tu lado con una bikini y descalza. Tú no me quitarás los ojos de encima hasta que hayamos subido al trampolín ¿Cómo podría yo escaparme o hacer algo indebido en esas condiciones?
—Bien, me convenciste; así lo haremos.
—Sólo hay algunas cosas que quisiera pedirte.
—¿Algunas?… Wow… Parece que te estás excediendo.
—Son cosas inofensivas. Pero si no aceptas no importa; tú decides.
—Te escucho.
—En primer lugar, tengo una fantasía: Esta noche quisiera hacer el amor con un look muy exótico. Algunas de las modelos de pasarela más bellas que he visto son rapadas o calvas. Creo que mi rostro es adecuado para un look así. Eso le pondrá condimento a la relación. Sé que te va a gustar. Si aceptas, tu mismo tendrías que raparme la cabeza después del desayuno con la máquina que tienes.
—Eso es radical pero inofensivo. Lo acepto. ¿Qué más?.
—En segundo lugar quisiera que no me pidas hacer el amor durante el día. Nos servirá a ambos para reservar fuerzas para nuestra gran noche.
—Eso es sensato. También lo acepto. ¿Algo más?.
—Una última cosa. Después del almuerzo me gustaría que me des la oportunidad de pasar la tarde a solas en mi cuarto. Creo que todo el mundo necesita pasar algunas horas a solas de vez en cuando. Me dedicaría a dormir para estar bien en forma para la noche.
—¿Tú sabes que tu cuarto y baño están diseñados para ser infranqueables?
—Sí, he tenido tiempo de notarlo. Realmente necesito pasar una tarde a solas. Tú le pones llave a la puerta y así te aseguras que no intentaré escapar.
—Bien, acepto. Yo también aprovecharé para descansar toda la tarde y a la noche la vamos a pasar bomba.

En este punto terminaron de desayunar. Colo le rapó la cabeza, tal como habían quedado. Luego la miró sin mucho entusiasmo por el resultado.

—Sé que ahora no te gusta mucho. Pero a la noche, cuando me veas desnuda bajo la lluvia y adornada por los relámpagos, ahí te fascinará mi cabeza rapada -dijo ella para evitar que el temperamento volátil de Colo arruine el plan de escape porque no le gustaba esa clase de exotismo-

Él asintió con un movimiento de cabeza. El resto de la mañana lo pasaron tranquilos; después del almuerzo ella entró a su cuarto para pasar la tarde a solas. El plan de escape de Hikari ya estaba listo. Sólo quedaba esperar que la tormenta no fallara.

Acto 2 de 2: El escape

Como a las 19:30 hs., coincidiendo con la puesta del sol, se escucharon los primeros truenos; los nubarrones pronto cubrieron el cielo y un viento moderado refrescó el ambiente en pocos minutos. Las gotas empezaron a caer y Hikari golpeó la puerta para llamar a Colo. Al abrir, ambos ya estaban listos para ir a la pileta; él con un short de baño y ella con su sexy bikini. Él sonrió, y le dijo:

—Muy bien, vamos antes que se ponga más frío.
—Dame sólo un momento para tomar un vaso de leche. No tomé nada en toda la tarde.
—Adelante, sírvete.

Ella se sirvió; con el vaso le dio un leve golpecito a una botella de Cognac que Colo tenía sobre la mesa y dijo:

—Chin chin, brindo por lo que tendremos esta noche.

Colo no pudo rechazar la incitación; se sirvió una copa; dijo «Salud» y se la bebió de un sólo sorbo. Acto seguido salieron tomados de la mano para la pileta. Subieron al trampolín; Hikari dijo:

—Te haré un masaje Shiatsu que te irá quitando el frío aún antes de entrar al agua cálida de la pileta. Sólo déjate llevar. Empieza por sentarte en la punta del tablón con los pies colgando y las piernas juntas.

Colo obedeció. Ella se sentó detrás con las piernas colgando a ambos lados del tablón; puso sus manos suavemente en los hombros de él y empezó con sus masajes. Realmente sabía hacerlos; él lo disfrutaba a pesar del frío.

—Quiero que no hables y controles tu respiración -continuó Hikari-. Inspira y expira lentamente y piensa sólo en eso mientras te hablo. Ahora te abrazaré con mi mano izquierda para sostener tu pecho mientras aplico presión en puntos específicos de tu espalda con mi mano derecha.

Y así lo hizo. Él seguía disfrutando y pasando frío.

—Ahora te abrazaré con mis dos piernas para hacerte masajes eróticos con mis pies. Tú por ahora mantén los brazos hacia abajo.

Cuando lo hubo abrazado con las piernas le dijo:

—En veinte segundos más entraremos al agua cálida. Pero antes quiero que hagas tres respiraciones profundas. Inspira hasta que no quepa más aire en tus pulmones; y suéltalo soplando hasta que no quede nada de aire por sacar.

Colo obedeció una vez más. Hikari percibía cuándo él inspiraba y cuándo expiraba. En la segunda expiración de él, ella inspiró profundo; le hizo una llave de cuello provocándole un fuerte dolor y cerrándole el paso de aire, al tiempo que apretó sus piernas para que de ninguna forma se le pueda zafar; y empujó su propio cuerpo hacia adelante para caer con él a la pileta. Todo en movimientos rápidos y coordinados.

Hikari era pequeña, pero no frágil. Sabía cómo hacer una llave de cuello igual a la que él le aplicó el día del secuestro, porque había tomado clases de defensa personal. También era una levantadora de pesas que levantaba 120 kg en sentadillas y 130 kg en peso muerto; y no le afectaba el frío de la pileta bajo la tormenta porque era una nadadora consumada capaz de nadar siete kilómetros en aguas abiertas.

Colo, con los pulmones vacíos desde antes de entrar al agua, intentaba infructuosamente romper la llave de cuello; le daba puñetazos en la cabeza y codazos en las costillas, pero eran golpes inefectivos bajo el agua.

En los movimientos desesperados de él sus cuerpos giraron y quedaron mirando hacia arriba. Hikari controlaba la respiración; estaba entrenada para contenerla hasta tres minutos y medio, tal vez un poco menos en esta situación. Pero él no tenía ningún entrenamiento, era sedentario y acababa de tomar una copa de Cognac; además, tal como él mismo lo había dicho, era “del team café”; nada de eso lo favorecía para contener la respiración por mucho tiempo.

Colo no tendría aire para más de setenta segundos antes de empezar a convulsionar, y ella lo sabía. Los segundos pasaban; Hikari estaba en una misión de supervivencia. Él medía quince centímetros más y pesaba doce kg más que ella; pero ella era pura masa muscular y parecía que se hubiera entrenado desde niña para enfrentar esta situación.

Durante toda la tarde había estado practicando respiración y meditación zen, tal como lo había hecho durante años porque su padre se lo había enseñado. Esa disciplina adquirida le servía para mantener el control mental y la energía corporal sin desesperarse, con la seguridad de que Colo se ahogaría primero.

Hikari había aprovechado cada momento a solas durante el cautiverio, haciendo flexiones, planchas, rotaciones de brazos, sentadillas, abdominales y diversos ejercicios; Colo, gastronómico aficionado, la había estado alimentando con comida abundante y nutritiva. De modo que ella se encontraba en estado físico óptimo.

Ahora sujetaba a Colo como una depredadora, impávida, concentrándose en moverse lo menos posible para ganar segundos en su capacidad de contener el aire. Y mientras tanto veía los incesantes y poderosos relámpagos a través del agua. Era un espectáculo maravilloso. Sus padres la llamaron “Hikari” porque nació en una noche de tormenta igual a esa, y Hikari significa “relámpago”.

Colo, con sus últimas fuerzas, intentó jalar de sus cabellos. Era su última oportunidad de salvarse; pero no habían cabellos que jalar, porque Hikari había planeado su fuga hasta el más mínimo detalle.

Finalmente Colo empezó a convulsionar y unos segundos después su cuerpo quedó inerte. Hikari lo soltó, pero deliberadamente se quedó sumergida quince segundos más, contemplando a través del agua la belleza de los relámpagos y agradeciendo a los elementos que desde el primer día del cautiverio estuvieron a su favor.

Luego salió de la pileta, entró a la casa para ponerse algo de ropa decente y salió caminando tranquila por el camino de tierra, con la agradable compañía de la noche y de la tormenta.

Eutanasia en el futuro

«Cuento breve»

Durante la segunda mitad del siglo XXII, las corrientes de pensamiento a favor de la eutanasia fueron ganando terreno hasta el punto que casi todos los países del mundo la legalizaron y la ONU resolvió, por voto unánime de los estados miembro, incluirla como nuevo derecho humano fundamental. Lejos habían quedado los tiempos en que los proyectos de ley pro eutanasia desencadenaban protestas por parte de la iglesia y debates acalorados en los medios de comunicación y redes sociales. El tabú había desaparecido, salvo por una razón: Las personas con trastornos mentales severos, incurables y muy dolorosos a nivel emocional no estaban contempladas en las leyes, excepto en dos o tres países muy vanguardistas.

Por esos años, la Asociación Internacional por la Calidad de Vida en el Ámbito de la Salud Mental era la portavoz de las protestas en pro de que ciertas condiciones psiquiátricas sean incluidos por ley como razones válidas para solicitar eutanasia en los casos en que el paciente goza de capacidad cognitiva para decidir libremente. Pero los analistas de tendencias sociales auguraban que se requerían de al menos doscientos años más para que se produzca un cambio de paradigma en ese sentido en las sociedades y leyes occidentales.

Así estaban las cosas, cuando cierto día a principios del año 2.208 se presentaron en sociedad un grupo de personas que representaban a una empresa que nadie conocía. Venían del futuro, más precisamente del siglo XXV, época en que obviamente ya disponían de la tecnología para realizar viajes temporales.

La empresa se llamaba “Spacetime Travel”; se dedicaban a organizar excursiones turísticas al pasado o futuro y su propósito era presentar ante los gobiernos de las naciones la tecnología de viajes en el tiempo y hacer lobby para que se les autorice abrir oficinas con el fin de ofrecer servicios turísticos a los habitantes del siglo XXIII.

Por supuesto que estos empresarios del futuro ni pensaban en la eutanasia. Sólo pensaban en sus negocios turísticos. Pero cuando al cabo de unos meses lograron las autorizaciones debidas para abrir sucursales en el siglo XXIII y los turistas empezaron a viajar en el tiempo, pronto se corrió la voz de que en el futuro ya existía la ley de eutanasia para personas con trastornos psiquiátricos y que este era un servicio gratuito por ser considerado un derecho humano fundamental, tal como lo era para los pacientes con muerte cerebral, los que tenían cáncer terminal y los cuadripléjicos.

La comisión directiva de la Asociación Internacional por la Calidad de Vida en el Ámbito de la Salud Mental envió al futuro dos representantes haciéndose pasar por turistas; pero su cometido era recabar información sobre los requisitos para el acceso a la eutanasia. Averiguaron que desde el punto de vista médico y psiquiátrico los requisitos eran los mismos de siempre, es decir, someter al interesado a peritajes y entrevistas que permitan acreditar fehacientemente su condición clínica o mental; y desde el punto de vista administrativo y ético, se les concedía a los interesados el derecho a conservar estrictamente el anonimato, de modo que no se les exigía presentar documentos de identidad ni mencionar su nombre ni año de nacimiento.

De pronto, los más atormentados pacientes psiquiátricos con capacidad de discernimiento encontraron la solución a su problema. La tecnología de los viajes temporales les permitía beneficiarse con el servicio de eutanasia sin violar las anacrónicas leyes del siglo XXIII.

Más aún, los pacientes psiquiátricos que no necesitaban ni deseaban la eutanasia también viajaban al futuro para realizarse sus terapias, porque sólo en el futuro lejano existía una medicina eficiente, económica y basada en un código ético de excelencia que no discriminaba al área de salud mental.