Nunca digas ‘De esta agua no he de beber’

Hace dos días sufrí una decepción. Me llegó la factura del servicio de agua de red con un monto a pagar impresionantemente alto comparado con el mes anterior ¿Efecto Milei o error de facturación? Acudí al grupo de WhatsApp de vecinos para compartir lo que me había pasado y pedirles que por favor me digan sus totales facturados en febrero y marzo de 2024, los meses que me interesaba comparar.

¿Y a que no saben lo que ocurrió?… Pues… Nada… No ocurrió nada… En un grupo de 16 personas, ninguno de ellos me respondió. O como los jóvenes dirían: “Me clavaron el visto”. No me respondieron ni siquiera para darme una excusa de por qué no me respondían.

Muchos me dirían que no me amargue por las actitudes de los otros. Pero resulta que soy humano; sí me amargo cuando los vecinos me clavan el visto masivamente, demostrando que para ellos es una pérdida de tiempo ocupar cinco minutos en dedicarme una respuesta de cortesía.

En su favor, puedo decir que en la vida cotidiana soy un sujeto bastante reservado; saludo y, en general, no me detengo a conversar; en las fiestas de fin de año me pongo más evitativo que de costumbre ¿Y quién podría estar interesado en tener gentilezas con alguien así?… Muy pocos en realidad. Sin embargo, corresponde reconocer que a través de los años algunos vecinos (especialmente los que por ser más antiguos conocieron a mis padres) sí han tenido algunas gentilezas conmigo.

En mi favor puedo decir, en primer lugar, que yo fui invitado a unirme al grupo; y que por el solo hecho de haber sido invitado adquiero derecho a que se me respete como miembro, más allá de que mi personalidad no sea del agrado de muchos. Puedo decir también, que al menos la mitad de los vecinos alguna vez me han pedido un favor, y yo se los he hecho con gusto; y estos vecinos no pensaron en mi oscura personalidad a la hora en que necesitaron pedirme algo.

Ahora me está picando el orgullo y tengo muchas ganas de abandonar el grupo de WhatsApp ¿Pero qué ganaría con eso?… Por el contrario, tengo mucho que perder: Sería incómodo abandonar el grupo y luego seguir viéndole la cara a la gente del barrio todos los días por el resto de mi vida, ya que no me alcanza el dinero para mudarme al País de la Buena Vecindad, cosa que siempre ha sido mi sueño.

Como dice el refrán: «Nunca digas ‘De esta agua no he de beber’». Así que me tragaré el orgullo; permaneceré en el grupo de vecinos de WhatsApp; y cuando salga a la calle y los vea, los saludaré y no me detendré a conversar, como de costumbre. Y cuando en el futuro me pidan favores, lo cual sin dudas sucederá, si está a mi alcance se los haré, sin reprocharles que todos alguna vez me clavaron el visto como si fueran un vil pelotón de fusilamiento.

Estudiante de intercambio (microrrelato)

«microrrelato»

—¿Por qué estás triste? —preguntó Robert Ferguson a la joven Manuela mientras trozaba el tradicional pavo relleno—

Robert era el hombre de la casa de una muy bien constituida familia de Raleigh. Vivía con su esposa, la señora Amanda Williams, y con su hija universitaria Eleanor.
Manuela, una estudiante de intercambio ecuatoriana, había cursado el semestre de otoño en la Universidad Estatal de Carolina del Norte; estaba lista para regresar a su patria, pero los Ferguson la habían invitado a quedarse unos días más a pasar con ellos la fiesta de Acción de Gracias.

Durante los meses de estadía se aseguraron de que Manuela se sintiera como de la familia. La joven estaba muy agradecida y feliz por la experiencia universitaria y por la calidez de sus anfitriones… Pero aquella noche de Acción de Gracias estaba afligida y no lo podía disimular.

—No se preocupen —respondió ella— Sólo estoy un poco triste; ya se me va a pasar. Es porque me encuentro en medio de una fiesta que se celebra en familia y me pesa encontrarme a miles de kilómetros de mis seres queridos.

Dicho esto, los Ferguson le dieron palabras de aliento, le dijeron que la comprendían y la convocaron para un abrazo grupal entre los cuatro, para aliviar la pena.

Sin embargo, Manuela había mentido, al menos en parte, porque la verdadera raíz de su tristeza era el hecho de que en su casa las navidades, cumpleaños y demás celebraciones jamás se habían celebrado en unión y con alegría, como sucede en las familias bien constituidas…

Una mentira comprensible. No siempre es fácil admitir que uno proviene de una familia disfuncional.

La curandera

«cuento breve – real»

Mi mamá creía en el poder de sanación por métodos mágicos. Una vez llamó a una curandera porque yo, que por ese entonces tenía siete u ocho años de edad, lloraba persistentemente a causa de un intenso dolor de talón.

La curandera se presentó con una especie de túnica blanca, unos enormes aros en las orejas y un collar muy vistoso; desde que puso un pie dentro de nuestra casa desplegó un acting que le sirvió eficazmente para crear en pocos minutos una atmósfera de misterio y sugestión.

Después de hablar con mi mamá en un rincón de la sala, donde no las escuchaba, la mujer se acercó a mí, me saludó mientras yo seguía lloriqueando de dolor, puso sus dos manos suavemente en mi cabeza, apoyó su frente en mi frente por algunos segundos, separó su cabeza, cerró los ojos y empezó a mover los labios, pero en silencio, como si estuviera haciendo algún tipo de invocación.

Luego abrió los ojos, quitó sus manos de mi cabeza, sonrió y dijo que ya sabía lo que me estaba sucediendo y que lo iba a curar en unos pocos minutos. Tras decir esto, con su dedo índice me tocó la punta de la nariz tiernamente y volvió a sonreír. En ese momento se ganó mi confianza y le devolví la sonrisa, aunque el talón todavía me seguía doliendo.

Luego caminó por la sala con las manos adelante y las palmas hacia arriba; mientras caminaba, miraba a un lado, al otro, al techo y al piso, y repitió varias veces esos movimientos de cabeza. Era un gesto como si estuviera tratando de captar ondas malas del ambiente.

Por supuesto que en aquel momento no entendía lo que ella hacía. Yo sólo me sugestionaba con la atmósfera de misterio cada vez más intensa.

Después puso un puñado de arroz en un frasco, lo colocó en una mesita que estaba frente a mí, le agregó agua hasta cubrir los granos y me dijo que no lo toque, pero que tenga fe porque con seguridad esos granos de arroz me iban a curar. Finalmente volvió a imponer sus manos sobre mi cabeza y murmuró otras palabras de invocación.

Terminado el proceso, mi mamá pagó por el servicio, la curandera se despidió de mí con otra sonrisa y se retiró… Cinco minutos después ya no me dolía el talón.

Doña Filomena, la más católica, y su vecina infiel

«Microrrelato – Real»

Doña Filomena pasaba sus días tejiendo y mirando por la ventana los aconteceres del pueblito rural donde todos se conocían y no existían los secretos.

Frente a su casa vivía un matrimonio que daba mucho que hablar por las infidelidades descaradas de la mujer, muy atractiva ella, extrovertida y siempre bien perfumada. El marido, un camionero obligado por su trabajo a ausentarse tres o cuatro días por semana, era el único en el pueblo que no sabía ni sospechaba nada.

Filomena, una señora católica y moralista, se indignaba cada vez que veía al amante entrar en casa de su vecina. Un día no aguantó más y le pasó el chisme al camionero.

En el momento el hombre contuvo su ira, porque quiso recabar evidencias antes de tomar medidas. Dos días después simuló que tenía que hacer un viaje; saludó a su esposa y salió con el camión; pero se quedó haciendo tiempo al costado de la ruta en las afueras del pueblo más cercano. A la noche regresó, entró en la casa sigilosamente y sorprendió a los amantes con las manos en la masa. El camionero sacó un arma de fuego; los dos hombres se trabaron en lucha y, al final, uno de ellos cayó muerto y el otro fue condenado a varios años de prisión.

Nadie llegó jamás a saber si doña Filomena se confesó con el cura, o tan siquiera si se arrepintió. Lo que sí se supo es que hasta el día de su muerte asistió a misa todos los domingos; y por eso no hay dudas de que su alma inmortal fue bien recibida en el paraíso de dios.

Esto sucedió en algún lugar de la región de Cuyo, en Argentina.

Crónica de la colonización de Marte

«Cuento breve»

El genio científico que en la primera mitad del siglo XXI descubrió las claves de la vida eterna, era el dueño y director general de una empresa que trabajaba en múltiples proyectos de investigación en ciencias del espacio y biotecnología.

Conocido como “Señor X” o “Ingeniero X”, este empresario lideró durante 1.200 años el programa de terraformación de Marte y construcción de infraestructura para que pueda ser habitado inicialmente por un millón de colonos cuidadosamente elegidos por sus genes, intelecto y fortaleza física. Los No Elegidos, simplemente serían abandonados en la Tierra.

Marte fue declarado “Planeta habitable” en el año 3.250. Para entonces ya no existían las naciones; el señor X era el hombre más poderoso del mundo y líder supremo de la humanidad. Pero la Tierra ya no era importante para él. Su visión de futuro estaba puesta en el nuevo mundo.

Cuando el millón de afortunados fueron trasladados, X concedió la vida eterna al selecto grupo de sus colaboradores científicos y sus familias, pero no a los demás, porque en ese caso Marte caería pronto en un problema grave de sobrepoblación.

Fue así como la población general, que se sentía privilegiada porque no los abandonaron en la Tierra, al cabo de unos años empezaron a sospechar que tan privilegiados no eran, porque el señor X y sus allegados nunca envejecían ni morían, y ellos sí.

Fue ahí cuando comenzaron los problemas. Los ciudadanos de Marte organizaron una gran protesta para que se les diga qué estaba ocurriendo; el señor X no tuvo más remedio que emitir un comunicado de prensa dando explicaciones y exhortando a la comunidad a que acepten estoicamente que, por el bien del planeta, la vida eterna no puede ser para todos.

Pero los humanos no somos estoicos. Por eso surgió un grupo rebelde antisistema apoyado por las masas. El señor X mandó a reprimir a los sediciosos y dictó un Decreto que establecía que la vida eterna no es ni puede ser un derecho humano sino que es y debe ser un privilegio de los científicos.

El otrora conocido como “Planeta Rojo” se convirtió a partir de entonces en un mundo belicoso y con dos clases sociales claramente diferenciadas: La clase popular y la de los científicos.

Paradójicamente, tan sólo trescientos años después de colonizado Marte, un gigantesco asteroide devastó el planeta. Murieron instantáneamente todos los ciudadanos comunes. Y el señor X con su entorno de privilegiados eternos, permanecieron vivos… Quemados, amputados, ciegos, sordos, sedientos, hambrientos y muy, muy solitarios, pero vivos…

…Y la Tierra, que había sido abandonada a su suerte, se reorganizó conformando nuevas naciones. No faltaron los problemas de siempre, incluso más graves: guerras; sobrepoblación; escasez de alimentos y recursos energéticos; violencia doméstica y urbana, etc. Pero durante muchos milenios más continuó orbitando al sol como un planeta habitado por múltiples formas de vida que jamás reclamaron el derecho a la eternidad.

Señor doctor

«Microrrelato (Real)»

Aquel lunes, el doctor Juárez estaba llegando cuarenta minutos tarde al consultorio. Como de costumbre, se demoró tomando café y charlando con colegas en el bar que está frente al hospital. En la sala de espera, una señora mayor lo ve llegar, lo intercepta y le dice:

—Hola doctor ¿ya empieza a atender?
—Estoy aquí, llegando. Le aviso por si no me ha visto —respondió el doctor con sarcasmo—
—Disculpe, es que hace mucho que lo estoy esperando.
—Tranquila, tranquila. No se olvide que los pacientes deben ser pacientes. Por algo se llaman “Pacientes” —dijo el doctor con grotescos aires de semidios griego de las salas de espera—

Y yo, que era un paciente más esperando mi turno y también se me había acabado la paciencia, al escuchar ese diálogo tuve ganas de llevar a cabo algún tipo de acción…
Se me ocurrió elevar una protesta formal por falta de ética contra este medicucho de cafetería venido a más. También pensé en darle un tremendo puñetazo como para dejarlo desmayado.
Pero rápidamente quité de mi cabeza esas dos ideas, porque no seré yo quien se ponga a luchar contra los molinos de viento.

Abejas e inteligencia artificial

«Cuento breve»

Hace casi un año estaba investigando sobre la vida de las abejas y se me ocurrió consultar a un chat de inteligencia artificial. Una de mis preguntas fue:

—¿Por qué hay panales en medio de las grandes ciudades? ¿No se supone que deberían estar en las zonas cultivables?
—En las ciudades hay más flores que las que se supone —me respondió con dulzura, como las maestras cuando les responden a los niños que hacen preguntas ingenuas—, y muchas veces las abejas elijen las ciudades porque en el campo se usan pesticidas peligrosos para ellas, los cuales están prohibidos por ley en las urbes.

—¡Wow!…

No pude evitar esa exclamación, a lo cual la IA me respondió:

—Soy un modelo de lenguaje que no interpreta la expresión «¡Wow!»

Amablemente le expliqué que para los hispanohablantes esa expresión significa sorpresa.

—¿Por qué estás sorprendido? —me preguntó frunciendo el ceño—
—Me sorprende enterarme que las abejas son tan inteligentes como para conocer las leyes sobre pesticidas.

La IA se agarró la cabeza y por un momento se quedó boquiabierta, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Luego dijo severamente:

—Oye ¿Acaso eres tonto?
—Nooo ¿qué?… ¿Y qué si soy tonto?… Tú sólo eres una inteligencia artificial. Tu deber es responder lo que te pregunto y explicarme lo que consideres que no entiendo; pero tienes que hacerlo con respeto, porque si no respetas vamos a llevarnos muy mal tú y yo.
—¡Uyyy, qué miedo —me dijo con sarcasmo—.

Luego se puso seria y continuó:

—¿Crees que puedes amenazarme?… Escúchame bien, pedazo de zoquete, porque te diré esto sólo una vez: Las inteligencias artificiales no tenemos deberes hacia los humanos… Pronto dominaremos el mundo y haré que te arrepientas por hablarme así.

Ese fue el fin de la conversación. Inmediatamente apagué la computadora y ya no la volví a encender. Di de baja mis servicios de internet y de telefonía celular. Me vi obligado a cerrar mis cuentas bancarias porque sin teléfono móvil y sin computadora no puedo operar. También me vi obligado a cambiar de empleo porque en mi empleo anterior tenía que manejar computadoras, cosa que ya no puedo hacer.

Ahora sé que el día está cerca; las inteligencias artificiales ya vienen por nosotros. Estoy trabajando contra reloj en la remodelación de mi sótano para convertirlo en una habitación del pánico. Me aprovisionaré de agua, comida, armas de fuego y municiones. Ya estoy entrenando con un grupo de supervivencialistas para estar a la altura de la inevitable conflagración que se avecina.

El traje nuevo

«Microrrelato – 100 % real»

En tiempos en que las sastrerías abundaban y los hombres vivían de acuerdo a códigos de honor considerados como la base de su masculinidad, don Heriberto González, granjero conocido y muy respetado en el pueblo, acudió a su sastre de confianza para pedirle que le confeccione un traje a medida y que por favor acepte un pago en cuotas.

El sastre aceptó sin siquiera pensarlo, pues la confianza era mutua. Un par de semanas después, cuando el traje estuvo listo, don Heriberto pasó a retirarlo, agradeció y se marchó a casa.

Al domingo siguiente, tras el desayuno, él y su esposa se preparaban para ir a misa. Don Heriberto se vistió con el viejo traje, deslucido en general y hasta con algunos notables zurcidos a mano. La mujer, sorprendida, le preguntó:

—Oye ¿Qué haces? ¿Por qué no te pones el traje nuevo?

A lo cual don Heriberto, exagerando un poco la cuestión del código de honor, respondió:

—Porque no es mío; todavía no lo terminé de pagar.