Alegoría
Cuando una sociedad atraviesa una etapa prolongada de convulsión fadórica, es natural que aumente considerablemente la demanda en el mercado de porcietos. Pero como todos sabemos, la tenencia de estos artefactos sólo está permitida al personal afectado a tareas de husmeo y a los ciudadanos que aprueben un psicolutest. Y así debe ser, porque son maquinitas peligrosas cuando están en manos equivocadas.
Hace muchos años que el estado fadórico de mi país nos tiene a todos haciendo esquivajes y correteos. Desde que estamos así he querido, al igual que la mayoría, adquirir un porcieto. Pero tengo mal genio (debo reconocerlo). Por eso no pensé ni por un momento ser capaz de aprobar el psicolutest; entonces me arriesgué a recorrer los callejones de mi ciudad, para tratar de comprar uno en el mercado oscurillo de pertrechos alocados.
No me resultó fácil hacer contacto con orimalíes que andan en esos negocios. Es que cuando un extraño se les acerca, lo semblantean y enseguida se dan cuenta si el arrimado es del palo o un foráneo. Y como yo era foráneo, no sólo se negaron a venderme el producto, sino que además me dieron una paliza.
…
Pero no me di por vencido. Al fallar mi intento de negociar con orimalíes, decidí intentar la compra por la vía legalota. De acuerdo a las regulaciones, no sólo tuve que someterme al psicolutest, sino que además me enviaron con un instructor que debía evaluar si yo estaba capacitado técnicamente en el manejo de porcietos.
Fui dando los pasos, y al fin superé las pruebas necesarias en un proceso que duró varios días, a lo largo de los cuales tuve que pasar por una oficina administrativa donde trabajaban tres personas con las que conversé varias veces.
Para mí fue gran sorpresa que el psicolatoso me haya aprobado el psicolutest en cinco minutos, sin hacer muchas preguntas y sin siquiera mirarme a la cara, porque para ahorrar tiempo escribía en un formulario mientras hablábamos.
El paso final de este tedioso trámite, fue ir por última vez a la oficina para presentarles el papel que me había dado el psicolatoso. Y cuando el administrativo lo leyó delante mío, se mostró sorprendido y lanzó este incómodo comentario:
—¿Aprobaste el psicolutest? Acá en la oficina todos apostamos que no lo ibas a aprobar.
A lo cual respondí con una nerviosa humorada; le dije:
—Ehhh ¿tanta caripela de loquillo me han visto?
Supongo que se dio cuenta inmediatamente que pecó de imprudente. Entonces me respondió:
—Nooo, tranquilo, sólo bromeaba.
Pero sé que no bromeaba. Sé que mis gestos y comportamiento general son (para quien sabe observar) reveladores de que no tengo todos los tornillos bien ajustadotes. Para mí fue sólo suerte que el psicolatoso haya obtenido su título profesional en la Universidad del Pedorreo de Mocolandia.